viernes, 8 de abril de 2011

Despegando(te)...

Mi historia de vida se configura a partir de pequeños recuerdos, como la de todos, sí. Buscando entre esos archivos comprimidos me he visto vestida con un chandal azul y blanco con la imagen de Chaplin (¡WTF!), calcetines verdes o blancos y zapatos (ojo con las pintas). Me he visto llegando al campo en el horizon blanco de mi tía con los asientos cubiertos por una manta de rayas en distintos tonos azules, blancos y rojos con terminación en flecos, muy de moda en la época. Veo a mi abuela con su bata de cuadros dándole lascas de choped a Skiper y Bandi (entiéndase que eran canes)mientras éstos saltan como los delfines en cualquier exhibición de acuario. En la jornada campera, y en su correspondiente temporada, no faltaba la visita al huerto. Atabiada con los aperos propios; unas botas catiuscas de obrero en color verde militar que, por lo general, eran un par de números superior al necesitado. Otro must have de la época, no lo dudo. El caso es que engalanada de la mejor forma posible pululaba yo entre habas y altramuces (qué finura, chochitos de toda la vida) a su recogida. Ayudar, ayudar, lo que se dice ayudar, es posible que no ayudara mucho, pero mi compañía tenía un precio inestimable (modo clásico para justificar cualquier clase de ineptitud). Lo más divertido de aquello, además del inigualable placer de rascar como loca las envenenadas caricias de las ortigas, era descubrir bichos a espuertas entre hoja y hoja. Así que aquella actividad que se iniciaba como “vamos a coger habas para hacer un arroz” sólo era una tapadera para dar paso a la clandestina búsqueda de mariquitas, oh sí, entre tanto bicho feo (¡contigo no bicho!) siempre había unas cuantas mariquitas. Que insecto más exótico, qué colorido, qué carisma, qué dulzura. Habiendo encontrado mi tesoro, la subía a mi mano, la enseñaba triunfante al sufridor adulto acompañante y le obligaba a cantar a capella, en un dúo imposible, aquello de “Mariquita de Dios cuéntame los dedos y vete con Dios...” 

Hoy, taitantos años después, mi mariquita ha desplegado sus pequeñas alas nuevamente, las ha agitado y ha elevado el vuelo. Como no podía ser de otra forma ha salido sin hacer ruido, sin despedirse, sin decir adiós. Pero su ausencia, su silencio, ensordece ahora cada mañana y cada noche. Ella ya no acaricia mis dedos, ni hace cosquillas en el dorso de mi mano; vuela libre como siempre le gustó, en busca de la luz del sol, de los colores del arcoiris y con la dirección que el viento le invite a tomar, si necesita coger aliento respostará en cualquier nube, lo sé. De la misma forma que sé que ella sigue ahí, a escasos pasos de distancia, y que este pequeño duelo y esta pequeña tristeza son en sí mismos innecesarios. Sólo espero que lo haya hecho por sí misma y por nada nadie más, en cuyo caso, pese a que sea imposible no echarla de menos y aliviar esta sensación de distancia, seremos muchos los que estemos contentos. Todos aquéllos que gastábamos y gastamos sus sonrisas, sus palabras y su silencios. En el camino que ahora emprendes sólo te deseo lo que tú siempre predicaste: “Despacito y con buena letra”

PD.:"Es lo que hay"

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