martes, 31 de agosto de 2010

Amberville

TEDDY OSO

lunes, 30 de agosto de 2010

jueves, 19 de agosto de 2010

Aprende con... Fabulario

Ahora que estoy de vacaciones he visto algún ratillo más la tele, pero sigo fiel a mi querido Canal Extremadura. Después de mucho tiempo sin verlos me he reencontrado con estos simpáticos garrovillanos y su Fabulario. Nos narran cuentos/rumores, pero a su estilo, a mí me resultan muy graciosos. El último que vi es este que les dejo a continuación, ¿saben qué cuento es?
Se trata del cuento "El traje nuevo del Emperador" que pertenece a la extensa obra de Hans Christian Andersen. No dejen de leerlo.
"Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.

No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.

La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.

-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.

Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.

«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.

«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».

El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.

Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».

-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.

-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.

-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.

Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.

Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.

-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.

«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.

-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.

Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.

-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.

«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».

-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.

Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.

El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!

Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:

-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.

-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.

-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?

Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.

-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!

-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.

-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.

Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:

-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!

Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.

-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.

-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.

-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!

-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.

Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola"

jueves, 12 de agosto de 2010

Con faldas y a lo loco, ¿Por qué no?

Hace unos días bajé al pabellón V Centenario a echar un ratillo. Qué sensación más bonita cuando te acercas a la puerta de entrada y ya escuchas el bote del balón desde la calle. Como suele ser habitual los días de diario a horas tempranas, no había mucha gente, unos jóvenes pasando las tardes estivales y poco más. Allí nos conocemos todos las caras de vista cuanto menos, pero con el verano hay nuevas incorporaciones a los habituales del “Quinto”. Y a vosotros que os importa, ¿verdad? Tranquilidad, que todo tiene su lógica. Resulta que un día de estos, de camino a casa, al pasar por las pistas de Moctezuma también se podía contemplar a otros jóvenes jugando. A juzgar por las apariencias debían ser de la misma edad que los que estuvieron en el pabellón, entre los 14-17 años. Ambas ubicaciones comparten un sorprendente denominador común: había chicas, ¡y más de una! Me congratula, y no saben cuánto, ver como ha progresado la igualdad en el deporte base de la canasta, pero no a nivel “político”, sino a pie de calle. Hoy en día las niñas (algunas, tampoco nos tiremos faroles) hacen deporte para pasar las interminables tardes de verano, se ponen las camisetas de bestias pardas como Lebron James y no les importa sudar con otros especimenes teóricamente superiores por físico, y lo que es más importante, los otros sujetos (llámense hombres/chicos/niños) se acostumbran a manejarse en esas lidias y ven que es posible, que no se contagian, ni nada por el estilo. Se “educan” para el futuro y se promueve la normalización de la presencia de la mujer en cualquier ámbito. Aunque esto es motivo de enhorabuena hay una asignatura pendiente, y es superar esa presencia pasando el umbral de los 18 años. No sé muy el porqué, pasada esa edad la presencia femenina en un playground se esfuma y conforme pasan los años ya es sencillamente utópica. Los motivos los desconozco, mis teorías giran en torno a varios posibles: has de tener un grupo apto y que te acepte, la brecha de diferenciación física es ¿insalvable?, no está bien visto, tienen otras cosas mejores que hacer, etc. El caso es que hay cosas que no dejan de maravillarme, para bien o para mal. Usurpar ese territorio considerado masculino genera un “shock” de inicios y las respuestas varían. A lo largo de estos años me he ido encontrando distintos modus operandi, algunos de estos pasan por:
  • Aquél que se cree que eres un bulto inerte, pero que se mueve independientemente de tus aptitudes para el deporte en cuestión. Ej.: véase Rachel en este ilustrativo capítulo de Friends (además de todos los topicazos que refleja)
  • Él que te hace sentir Dios (o gilipollas, no está muy claro). Celebra tus canastas como si fuera aquella última de Michael Jordan con los Bulls que le daba su sexto anillo.
  • Cuanto más lejos mejor. A pesar de ser el baloncesto un deporte de “contacto” hay quien evita tocarte y mantiene una barrera de varios centímetros, cuando no metros.
  • También abundan los que se ponen en modo defensa off. Para qué te van a defender...
  • El sueño de cualquier jugador. Si entras a canasta se pita falta automática aunque no te haya tocado nadie. (Saludos a Will)
  • Están los que creen que te han matado si te golpean accidentalmente (Saludos a wruk)
  • Los que no saben que porque hagas un deporte masculino en tu forma de pensar y ser sigues siendo mujer, con sus cosas buenas y malas.
  • El depravado sexual. Antes de ser persona, eres un cuerpo con curvas. El typical macho cabrío español que pierde la fuerza por la boca, normalmente este ritual lo desarrollan dentro de la manada, supongo que para constatar que son auténticos machos ibéricos y no de imitación.
La verdad es que hay de todo, y en cierto modo, hay algunas que pueden ser comprensibles, sobre todo cuando te enfrentas con gente desconocida, la confianza va derribando barreras.

El deporte y la mujer es una incógnita que nunca podré resolver, no alcanzo a saber si es cuestión de educación, cultura, sociedad, estigmas, valoración personal, accesibilidad, etc. Para que me entiendan, yo lo que me pregunto es ¿por qué el Padel, tenis, etc. son usuales en el entorno femenino y el baloncesto, fútbol, etc. no lo son? Cuando me crispo hablando del tema (cuántos viajes no me les habré pegado con esta serenata) siempre acabo exponiendo mi teoría de “enseñar cacho”, y en una postura quizás injusta para la propia mujer, sostengo que el atuendo y la “feminidad” que se le presupone acaban decantando la balanza. Pero quiero creer que esto no es lo realmente importante. Sin duda alguna lo que más daño ha hecho a la presencia femenina en determinados deportes es la etiqueta de “marimacho” que arrastramos desde épocas prehistóricas. El sexo femenino tiene la gran suerte (nótese el tono irónico) de además de tener que ser buenas profesionales, esposas, amigas, deportistas, personas, etc. también debemos ser delgadas y guapas (Sociedad dixit). Si no tienes la suerte de que la madre naturaleza te haya concedido una cara angelical y dulce o una belleza sin igual, mal asunto el de ponerte a sudar, avisadas quedáis. Vamos, que no es lo mismo ser Tamara Abalde que Betty Cebrián. En esta línea hay un personaje público que siempre me ha llamado mucho la atención. Durante su esta profesional Arantxa Sánchez Vicario siempre estuvo marcada por este estigma (que como encima no se te conozca varón, ya se sabe en qué deriva la cosa) tras su retirada de las pistas de tenis su imagen cambió y se empeñó en resaltar su “feminidad”, relacionarse con las moda y otros saraos varios. Dicen que siempre vivió con esa espina clavada y lo intentó cambiar, de hecho creo que lo ha conseguido. Con toda esta teoría de la imagen entramos en otro punto sobre cual, he de reconocer que tengo opiniones contrapuestas. La creciente tendencia a resaltar que eres mujer, y femenina, cuando haces deporte (pintarse, pendientes, joyas, abalorios, peinados, ropas, etc.). Por una parte, me parece una absurdez y poco práctico pintarte para jugar, e igual de absurdo me parece que la feminidad de una persona radique en el color de sus uñas, por poner un ejemplo. Simplemente, me parece fuera de contexto. Por mucho que a alguien le gusten los tacones o las medias de lycra de leopardo no creo que tuviera cabida en ninguna pista. Dicho lo cual, sí es cierto que por otra parte, algunos comportamientos más comedidos tienen su razón de ser. Supongo que la virtud sigue estando en el centro y no es lo extremos, no sé. De todas formas, por todos es sabidos que no hay peor machismo que el que viene de tu igual, cuando las mujeres seamos menos malas para con nosotras mismas seguiremos dando pasos al frente. La igualdad no se basa en poder fumar y beber tanto como un hombre, ni que el hombre sea tan esclavo de la imagen como lo es la mujer, sino en algo mucho más simple a la par que complicado. Vivir sin complejos o superarlos no es tan fácil como nos gustaría, y poner en práctica eso de “a quien no le guste que no mire” es, si cabe, más complicado. Me alegra ver que algo ha cambiado en nuestra ciudad (en otras el tema es distinto); ojalá en el futuro, cuando cuelgue las botas, tenga que mirar con envidia sana una realidad presente. P.D.: Qué daño han hecho las princesas Disney a la sociedad.