jueves, 3 de marzo de 2011

Dicen, el mejor amigo del hombre...

Jamás pensé que  mi conflictiva relación con los animales (perros en este caso) fuera a condicionar en tanta cantidad mi vida. Mi olfato extrasensorial, propio de cualquier sabueso, y mi temor hacia el 90% de ellos no ha facilitado las cosas.  Sólo pedí que se respetara mi forma de ser y si lo he conseguido, ha sido pagando un precio muy alto.  Lejos de lo que se pueda pensar, o de la imagen que puedo representar, no soy una bestia inmunda sin sentimientos, ni corazón. Simplemente forma parte de mí. Desde siempre he sido acción-reacción-inversión, si soy seria y me pides que sonría lo más probable que pase es que  me vuelva aún más, para mayor desgracia soy implícita  y ante las manifestaciones explícitas respondo cual imán repeliendo a su polo par. Trabajamos en ello, pero necesito un poco de tolerancia, una mano amiga.

Hay quien piensa, por ejemplo,  que yo de mayor (entiéndase por mayor ese glorioso momento en que uno tiene su hipoteca, digo su casa, y toma sus decisiones) no tendría un perro. Aunque la lógica es aplastante, la realidad es muy dispar; es tan sencillo como que si me apetece lo tendré y si no, pues no. No hay más. 

Tras estas  palabras, erráticas una vez más, sólo añadir que todos sentimos la trágica pérdida de Jacobo Niebla de todos los Santos, ese perro tan vago que sólo se comía las galletas que le ponías en la pezuña porque levantarlas del suelo era un sobre esfuerzo, que compartió protagonismo en las felicitaciones navideñas, que era capaz de machar la cascara de una almendra con los dientes y sentirse ofendido porque le tiraras un poquito de agua.

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