viernes, 8 de mayo de 2009

Bugosfera (II Parte)

Lo prometido es deuda...
Llegado el día en cuestión nos apresuramos en salir de los respectivos trabajos para ir hasta el punto concretado para acabar de llenar los coches que partían en peligro de reventón, entre mantas polares, abrigos, comida para supervivencia en caso de aislamiento, bombos… no daban abasto.
Todo listo pusimos rumbo a la A-66 dirección Salamanca ambos conches interconectados por walkitalkis, ya sólo 400 y pico Km. nos separaban de nuestro destino. El viaje se preveía tranquilo, apenas había tráfico, únicamente el viento se tornaba como compañero de ruta obligando a los prudentes conductores a ejercitar sus bíceps.
El primer destino marcado en el mapa (bueno, en el GPS) sería cuatrocalzadas (Salamanca), jugosos bocadillos de jamón ibérico y queso nos esperaban allí. Mientras dábamos caza a nuestro primer objetivo el tiempo se esfumaba a lo largo de la Vía de la Plata entre variopintas conversaciones que amenizaban la velada. Jugoncita se admiró (una vez que pasó la fase de “que miedo me da este tío”) de la portentosa atención dividida de Wrukvanovic sólo apta para mentes privilegiadas, así como su interminable palique (unos tanto y otros tan poco…). Nos llevaba a su antojo por el asfalto, a la par que por tertulias de lo más variadas (que si trabajo, estudios, baloncesto, despedidas de solteros…) era capaz de controlar a nuestro lazarillo guiador, adelantar, hablar, gesticular, e incluso mirarte… Nada se le resistía. Así que en un abrir y cerrar de ojos nuestras hambrientos estómagos se plantaron en cuatrocalzadas, lugar en el que Will aprovechó para perpetuar sus costumbres y entablar relaciones con la camarera. Algo menos de media hora invertimos en comer y los viajeros regresamos con presura a los bólidos para poner dirección Valladolid, en una hora y pico estábamos dejando la ciudad Pucelana a nuestra derecha. Poco a poco la tarde se mecía y cedía terreno a la noche, de la misma forma cada vez acariciábamos más cerca nuestro destino. Un breve paso por la provincia de Zamora era seguido de la entrada en la provincia de Burgos donde amablemente la DGT nos avisaba del riesgo de nieve (me río yo), todos estos factores hicieron que levemente tomaros conciencia de la magnitud de nuestro viaje. Por fin a lo lejos, el resplandor de una gran urbe nos indicaba que habíamos llegado, así que decididos abandonamos la autovía y nos vimos plenamente inmersos en la Burgosfera; no sin antes hacer unas cuantas maniobras de dudosa reputación con el coche. Con ese gusanillo mezcla de ilusión y satisfacción circulábamos por las desconocidas calles de la ciudad del Cid, los pasajeros comenzábamos a soltar en pequeñas dosis la adrenalina retenida mucho tiempo, las primeras impresiones eran intercambiadas vía walktalking donde se colaban estridentes interferencias provocadas por el móvil de Nipón Ichi. Sin duda alguna lo más llamativo era ver como a pesar de estar en el norte eran las 7 de la tarde y las tiendas estaban abiertas es más, hasta había gente en las calles. Tras el pertinente callejeo del que no conoce, a nuestra izquierda en paralelo a las aguas del río Arlanzón se ubicaba nuestra colosal madriguera.
Allá bajamos del coche una representación de los viajeros en busca de nuestras habitaciones y de descubrir donde se escondía el garaje, tras un breve contacto con la temida temperatura lugareña entramos en el hotel donde una perspicaz recepcionista nos atendió. Acaecidos unos pequeños momentos de confusión por la letra de la matrícula (Como se puede escribir “B” cuando se le dice a alguien con “P” de Palencia… Mágico, ¿Verdad?) la amable señorita nos informaba de la ubicación de la cochera aunque tardó en comprender que la indicación “ahí al lado” no nos servía de mucho. Superado los primeros choques entre los terrícolas extremeños y los castellanos conseguimos dar con él y aparcar, recogimos nuestros enseres y fuimos directos a conocer nuestras ansiadas habitaciones. Y allí estábamos, en una habitación de aire minimalista en tonos wenge (“wanje” para mí) digna del mejor hotel de lujo con una temperatura que rondaba una sensación térmica de 40º grados; no obstante no hubo tiempo para mucho pues nos ataviamos con todo lo pertinente para la batalla que nos tocaba librar y pusimos rumbo a El Plantío. Tras un mínimo fallo logístico que nos obligó a dar un pequeño paseo con la fresca ante nosotros se erguía ya el pequeño pero acogedor Plantío. A nuestra llegada numerosas personas se volteaban atraídos por el diferenciador color verdinegro y banderas ajenas, pero no todo iban a ser caras desconocidas porque enseguida reconocimos la carismática melena de Langos que junto con su Brother seguían tejiendo a su alrededor una afición digna de la mayor admiración y a prueba de cualquier distancia kilométrica. Todos los pocos, pero suficientes aficionados cacereños nos adentramos en el pabellón donde una temperatura que evocaba al mismísimo infierno se avalanzaba sobre nosotros provocando ipso factos sudores que dificultaban la laboriosa misión de ubicación del campamento. Una vez conseguido nuestro propósito nos despojamos de algunas capas de ropa que favorecieran nuestra supervivencia, poco a poco nos fuimos acomodando y recibiendo visitas de hospitalarios burgaleses y extremeños esparcidos por la geografía circundante. Pero si hubo una visita especial fue aquel señor bajito con barba que se acercaba desde el parqué, lucía un jersey a rayas con llamativos colores que no dejaba indiferente a nadie. Sí, era él, el mismísimo djfruco aunque la ausencia del tardón Son provocó su desilusión y que Jugoncita se perdiera ese previsible mágico encuentro.
El primer objetivo que nos había llevado hasta Burgos daba comienzo, el equipo visitante de Blanco saltaba a la pista con un Rod Brown que agitaba sus brazos cruzando su mirada hacia los viajeros cacereños, aquello hizo pensar a Jugoncita que algo iba a cambiar en ese equipo, que esa noche iba a ser una gran noche; 39 minutos y medio después los presagios se volvían realidad. Una primera parte descafeinada dio pase a una segunda mitad donde el equipo visitante sacaba toda su casta y orgullo para deleite de los desplazados. Toda la emoción alcanzaba su cota máxima a falta de 6 segundo para el final, el argentino Diego Guaita disponía de dos tiros libres con un resultado desfavorable por un punto, en su mano todas nuestras ilusiones y esperanzas. Un tiempo muerto concedía espacio al sufrimiento, el latido de nuestro corazón se disparaba conteníamos los nervios como podíamos. Llegó el momento, nuestro hombre en la línea de tiros libres desde la grada se oía un “ánimo Diego”, él botaba mientras nosotros aguantábamos la respiración. Emanaba grandes dosis de seguridad y confianza algo de eso nos trasladó, todos creímos en él y no defraudó. Finalmente anotó los dos tiros libres y con el pitido final el júbilo se desató.
(He obviado la historia de Nipón Ichi y su amigo Burgalés porque aún me produce efectos secundarios… que grandioso momento. Eso sí, adjunto imagen del hecho para los conocedores)
Más contentos que unas castañuelas volvimos a nuestro sahariano hotel donde la bruma nos esperaba más allá de la puerta. Todos juntos en amor y compaña nos arrejuntamos en la habitación del medio (jor, tanto tiempo ha pasado que no recuerdo el nº) para pegarnos el festín padre a base de bocadillos, entre bocado y bocado la conversación se centraba en la duda cada vez más creciente de presencia o no de paredes en el temible pabellón Mariano Gaspar donde al día siguiente nos veríamos las caras con los foreros burgaleses. Sin darnos cuenta los relojes anunciaron las 12 de la noche y con ello terminaba un día muy largo, pero no así lo haría nuestro devenir puesto que en un alarde de pavonería los viajeros decidieron salir para contemplar la famosa Catedral de Burgos sin reparar en el hecho de que un viento infernal azotaba la capital. Así pues a las 1 y pico salíamos del hotel y sin apenas dar dos pasos (no hacía falta el viento llevaba a empujones) llegamos. Diez minutos después estábamos de vuelta en el hotel aunque el transcurso de vuelta evocaba al mejor de los combates entre unos mediocres cacereños versus el todo poderoso Dios Eolo, finalmente llegamos sanos y salvos. Ahora ya sí tocaba descansar hasta el amanecer siguiente.
Continuará...

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