En el desvelo que precipitaba cada noche se mantenía absorta la nocturnidad tan dicotómica como siempre; efímera y eterna. Su lecho, macerado con aquella fragancia imperceptible, alojaba los mayores secretos del universo: miedos, temores, fracasos, pasiones, alegrías, sueños... Transcurrió como otro día cualquiera, en su paciente compañía, albergando la esperanza de que en cualquier momento la luz de sus ojos virara hacia él; suave, dulce, ingenua. Una caricia a los sentidos, un abrazo a la imaginación.
miércoles, 22 de mayo de 2013
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