Cuando poco a poco se iba recobrando la normaldiad tras las pasadas elecciones autonómicas me sorprenden con esto.
Llevaba días, semanas, incluso meses preguntándome por qué no desaparecían ya de mi vista todos los carteles publicitarios de los respectivos partidos políticos. Allá por donde miraba sólo veía rostros inexpresivos, forzados y disonantes con el medio; vigilando canda rincón por el que transitaba. Ahora, cuando ya sólo quedaban rescoldos, no por ello menos inquietante, en descampados y paredes lúgubres llegará otra vez la polinización para florecer a borbotenes, sin piedad alguna para los pobres alérgicos a los primeros planos como yo.
Y es que no hay nada menos carismático que una foto retrato en primer plano a color y por si fuera poco, en tamaño XXL. Aunque bajo mi punto de vista no es más que la enésima muestra de lo desactualizada y obsoleta que está la política que nos venden, además; yo extraígo una idea ligada a este hecho: el egocentrismo.
Eso es lo que nos transmiten, a sí mismos, sus caretos. No nos bañan con sus ideas, sus compromisos, sus perspectivas; ni si quiera nos hacen partícipes de las ideas del grupo que representan. Sólo son ellos, el resto poco importa. Nos ahogan con su omnipresencia.
Con lo creativa que es la publicidad y las represntaciones simbólicas no entiendo como la única vía que tienen para darse al público es atraves de sus más que evidentes caras o, en el mejor de los casos, el logo y color de turno.
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