En borbotones de palabras deshilachadas calló con estrépito su desgarrador silencio, aquél que resonó en su pecho como el bramido de un animal herido.
No fue diferente, sencillamente, fue como siempre.
Murió sin conocer la vida, sin ni siquiera nacer. En la ignorancia de un mundo ensordecido por el ruido que amordaza cada grito de auxilio.
Y sintió el dolor. Y sintió la consternación. Y sintió la desolación. Y sintió el pesar de los días. Y sintió el zarpazo envenenado del tiempo. Y sintió el frío penetrando por su piel. Y sintió empequeñecer ante sus iguales. Y sintió como las lágrimas apagaban el fuego cálido de su mirada. Y sintió... sintió su muerte carente de vida.